El problema del ALCOHOL  es creciente y cada vez se inicia a edades más tempranas.

El argumento esgrimido es similar al que usan los musulmanes, para quienes está prohibido el consumo de alcohol, afirman que el alcohol es el responsable de un gran número de accidentes de tráfico, muchas familias están rotas a causa del alcohol, bajo la influencia del alcohol se comenten más homicidios, violaciones y otras ofensas. Los mismos que aseguran que el alcohol es una abominación, es parte de la labor de Satán, beber alcohol genera enemistad y odio entre la gente, el alcohol impide a la gente el recuerdo de Dios, aquellos que beban alcohol tendrán negado el Paraíso, el alcohol es el mayor enemigo de la sociedad y enunciados similares.

¿Será que el alcohol hace todas esas cosas? ¿Será que la prohibición es la respuesta ante el alcoholismo? ¿El enemigo a vencer es el alcohol? Se olvida que el alcohol es un cuerpo químico -intrinsecamente amoral, es decir, no es bueno ni malo-, pero al defenderse la moralidad y la salud pública se le asigna rótulos ideológicos y condiciones de acceso a su consumo. El problema no es el alcohol, sino quiénes lo consumen y en qué condiciones. Veamos hasta 1910, los usuarios norteamericanos de opiáceos naturales eran personas de la segunda y tercera edad, casi todas integradas en el plano familiar y profesional, ajenas a incidentes delictivos; en 1980, gran parte de estos usuarios eran adolescentes, que dejaban de cumplir todas las expectativas familiares y profesionales, cuyo vicio justificaba un porcentaje muy alto de los delitos cometidos. ¿Será que los opiáceos cambiaron, o cambiaron los sistemas de acceso a estas sustancias?

No se trata de negar el problema evidente del alcoholismo, ni mucho menos sus efectos o desastrosas consecuencias en la salud. Se trata de exponer una réplica a la argumentación oficial, de recordar un poquito de historia y lo que nos ha enseñado cuando se trata del termino prohibir. Así que vayamos a los ejemplos históricos:

El ejemplo por excelencia cuando se trata el tema es el de la Prohibición en Estados Unidos, en donde la bebida se volvió a legalizar, pues la medida incrementó la corrupción burocrática, la injusticia, la hipocresía, la delincuencia, se registraron envenenamientos en masa con alcohol metílico y no se puede olvidar la fundación del crimen organizado. ¿Resultado? No se logró reducir en más del 30 por ciento el consumo general. Si hacemos las cuentas de costo-beneficio, hay algo en las premisas que está fallando.

Lo que la historia nos enseña es que ninguno de estos productos desapareció o dejó de ser consumido durante el transcurso de su prohibición. También nos enseña que mientras subsista una prohibición, habrá una tendencia mucho mayor a consumos irracionales. ¿Pero quién está hablando de prohibición? Sólo se quiere elevar a delito la venta de alcohol a menores de edad e incrementar la edad de consumo, se trata de una iniciativa que promueve la salud entre la juventud y procura defender a uno de los sectores más vulnerables a los estragos del alcohol, ¿no? Es justo eso lo que me preocupa, la tendencia natural del adolescente a contravenir las reglas, hará aún más atractivo su consumo. Si bien se puede refutar nuestra preocupación aduciendo que es una falacia, lo cierto es que la venta de alcohol a menores de edad está prohibida y aún así, los adolescentes beben ¿de dónde sacan el alcohol? Cuando están dispuestos a beber, encuentran los medios para ello, aunque implique saquear la cava familiar.

¿Entonces hay que dejarlos a la buena de dios? DE NINGUNA MANERA. El asunto está en fortalecer el tejido social; estrechar vínculos que diluyan esa sensación de soledad; contrarrestar desde su origen la tendencia a la bebida; romper esa asociación inmediata fiesta=alcohol; que las figuras de autoridad mantengan una relación abierta y comunicativa con ellos; formarlos como seres responsables para que asuman las consecuencias de sus actos -no sólo en lo tocante a la bebida-.

El problema es mucho más complejo y están involucrados muchos más aspectos que el meramente legal. Las personas que han sufrido los estragos del alcoholismo de manera personal o con allegados, saben que la vida se puede convertir en un infierno, pero también saben que por más que uno quiera, se esfuerce, incluso obligue al otro a que deje el alcohol, queda fuera de nuestra jurisdicción, generando una impotencia suprema. Crear delitos y criminales no es justamente la mejor opción. En Estados Unidos la edad mínima legal para consumir alcohol es de 21 años, ¿les ha servido? Habrá que preguntar.

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